Caminando en nuestra identidad en Cristo – Convirtiéndonos en creadores de su historia 

Cuando venimos a Cristo, todo cambia. La vida ya no se trata simplemente de mi historia; se convierte en parte de la suya. Sin embargo, muchos vivimos con una tensión: conocemos estas verdades en nuestra cabeza, pero la verdadera pregunta es si las estamos viviendo en la realidad de la vida diaria. Como seguidores de Jesús, no solo estamos llamados a creer; estamos invitados a vivir como creadores de su historia: personas cuyas vidas dan testimonio de su poder transformador.

Pablo declara: «De modo que si alguno está en Cristo, es una nueva creación; lo viejo pasó; es hecho nuevo» (2 Corintios 5:17). Esto no es simplemente una idea teológica; es la verdad de quiénes somos. Ya no nos define nuestro pasado, nuestros fracasos, ni siquiera lo que otros digan de nosotros. Nuestra identidad ahora está arraigada en Cristo. Juan nos recuerda: «¡Mirad qué gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios! Y eso somos» (1 Juan 3:1). Y Pedro añade: «Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…» (1 Pedro 2:9). Comprender esto es reconocer que su vida se ha convertido en la nuestra.

Jesús aseguró a sus discípulos: «Toda autoridad en el cielo y en la tierra me ha sido dada. Por tanto, vayan y hagan discípulos…» (Mateo 28:18-19). La autoridad surge de la relación. Somos coherederos de Cristo (Romanos 8:17), y llevamos el peso y el poder de su nombre. Pensemos en el policía que levanta la mano para detener el tráfico. Los autos no se detienen por la fuerza física del policía, sino por la autoridad que representan. De la misma manera, nuestra autoridad en Cristo no depende de nuestra propia capacidad, sino de Aquel que vive en nosotros.

Este llamado no debe ejercerse con nuestras propias fuerzas. Jesús prometió: «Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, y serán mis testigos…» (Hechos 1:8). Pablo describe esto como el mismo poder que resucitó a Cristo de entre los muertos (Efesios 1:19-20). Ese poder de resurrección obra en nosotros hoy. Nos fortalece, nos equipa y nos anima a vivir nuestro testimonio en cada ámbito de la vida: en nuestro trabajo, nuestras familias, nuestras comunidades y nuestras naciones.

Nuestra identidad y autoridad en Cristo no se limitan a las reuniones dominicales; son para toda la vida. Cuando llega la tentación, debemos recordar quiénes somos (1 Corintios 10:13). Cuando el miedo amenaza con abrumarnos, nos mantenemos firmes en su victoria (Romanos 8:37). Al entrar en nuestros lugares de trabajo o comunidades, lo hacemos como embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20). Nuestras vidas se convierten en testimonios de su gracia y poder: «Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11).

Por lo tanto, debemos negarnos a caminar con la cabeza gacha y los hombros pesados, como si estuviéramos derrotados. Somos hijos e hijas del Rey. «Hijitos, ustedes son de Dios y los han vencido, porque el que está en ustedes es mayor que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Podemos infundir vida en situaciones de desesperación (Proverbios 18:21), orar con confianza en el nombre de Jesús (Juan 14:13-14) y aprovechar las oportunidades sabiendo que Cristo va delante de nosotros (Deuteronomio 31:8).

Nuestra historia no ha terminado, porque la suya aún se está desarrollando a través de nosotros. Cuando caminamos en nuestra verdadera identidad, revestidos de su poder y autoridad, el mundo comienza a ver a Jesús. «Fiel es el que los llama, y ​​lo hará» (1 Tesalonicenses 5:24). Levantémonos, pues, no con miedo, sino con fe; no con debilidad, sino con su fuerza; no con confusión, sino con la claridad de nuestro llamado. Caminemos como creadores de su historia.